La forma como protagonista
Por: Marién Gómez
Del negro, aparece un rostro fragmentado, sin expresión. Zoom a los labios, que pasan a ocupar toda la pantalla, dispuestos a contarnos una historia y, poco a poco, subimos por la nariz hasta llegar a los ojos que expectantes quieren presenciar lo que sigue. De nuevo, un zoom a uno de los ojos sobre el que aparece el nombre del creador, Alfred Hitchcock, y del que luego sale el nombre de la película, Vértigo. Acto seguido entramos literalmente en ese ojo, en esa mirada, y dentro un baile de formas, hipnótico y delirante, nos atrapa. Espirales, colores fríos, formas que van y vienen. Finalmente salimos del delirio y volvemos a encontrar ese ojo que nos recuerda que es de Hitchcock. Se funde a negro, y empieza la película.
Alfred Hitchcock, sin lugar a dudas, era un genio del arte cinematográfico, carismático y particular, pero sobretodo era un director con una larga experiencia en el cine y con un gran conocimiento del lenguaje cinematográfico. Vértigo corrobora esta figura totémica dentro del cine, pero es particularmente especial ya que en el año 1958 plantea elementos que serán claves en el cine posmoderno.
Vértigo, con su afán de saltar a la posmodernidad, es un viaje sensorial con el que nos adentramos en la mirada de Hitchcock que persiguiendo su ideal de “cine puro”, un cine de la imagen, nos construye una narración basada en la forma. Todo empieza y acaba en las formas, en las espirales que, más allá de su representación evidente en la imagen, también determinan el carácter de los personajes y el desarrollo de la narración. A Scottie se le encarga perseguir a una mujer a quien Hitchcock convierte en pura forma, en un perfil, una espiral de pelo rubia. Y tanto es así que esta figura adquiere un aire fantasmagórico; Madeleine es un fantasma en muchos sentidos y esto se anuncia en la primera aparición del personaje: de perfil, aislada de un fondo (que no son más que colores) y literalmente flotando hacia la salida del restaurante. A partir de ahí, Scottie se obsesiona primero, y se enamora después de una forma, de un perfil que después hará que la reencuentre en Judy a quien dará forma hasta convertir en Madeleine.
Y esta obsesión formal también determinará los elementos narrativos y toda la puesta en escena de la película. Por ejemplo, convierte el clásico plano-contraplano en un plano perfil- plano reojo, en el primer encuentro entre los dos protagonistas. O a nivel de puesta en escena, buscará constantemente el perfil de la chica, aunque haga inverosímiles las situaciones. Hace que conduzca Madeleine y así encuentra des del punto de vista de Scottie el anhelado perfil, o crea una extraña puesta en escena cuando Scottie acompaña a Judy a casa para reencontrar ese perfil a contraluz en una habitación curiosamente oscura. Y sin embargo, funciona. Porque Hitchcock nos hipnotiza magistralmente, nos mete en su ojo, y todo nos vale. Entramos en un juego de colores, formas y espirales que aceptamos hipnotizados, cómo haremos más adelante con autores cómo David Lynch, donde la narración queda a la sombra de formas y fantasmas.
Des del clasicismo hollywoodiense, Hitchcock dinamita sus propias bases y las transgrede. Vértigo sigue siendo Hitchcock con el tema del falso culpable, o con el guiño al espectador resolviéndole la trama mucho antes que al protagonista, pero construye una película muy conceptual que lanza ya varias líneas al cine que vendrá. Vértigo es un viaje que usa las formas para apelar a los sentidos. Y lo brillante de este genial director es que todo esto que vemos desarrollado en la película, ya nos lo ha anunciado en los títulos de crédito.
La mujer no existe (es un síntoma del hombre)
Por: Julius Richard
“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país.” Edward Bernays, “Propaganda”
El cine de Sir Alfred es una repetición traumática con variaciones. Así, muchas de sus primeras obras caen bajo la temática del “falso culpable” y “la caza al hombre”, temas recurrentes de su filmografía británica y de parte de la americana. En ello se ve un trasunto del acomplejado sujeto freudiano, asediado por los fantasmas del pasado o un sentimiento de culpabilidad del que desconoce el origen. La trama, como la cura psicoanalítica, es el trabajo y el viaje por lograr el sentido, la cadena significante o el orden simbólico. Sin embargo, y evolucionando a la par que la propia teoría (de Freud a Lacan), el cine de Hitchcock tomaría un rumbo, si cabe, más psicológico, sobre todo a partir de 1944, cuando rueda “el primer film de psicoanálisis de la historia”, la fallida “Recuerda”, que ha pasado a la historia más por la exigua participación de Dalí que por su propia valía. (Orto del thriller psicológico que han continuado Polanski, De Palma, Lumet, o los telefilmes basados en hechos reales, y del que “Psicosis” (1960) es el más afamado ejemplo.) Así, en la década de los 50, algunos de los trabajos de Hithcock proponen un estudio de lo que vamos a llamar, con Lacan, el sujeto roto: $. Su ejemplo más famoso (sin duda en cuanto a la crítica cinematográfica toca) es “La ventana indiscreta”. En él, James Stewart aparece como un trasunto delvoyeur o el mirón, que es, no sólo un trasunto del propio Hitchcock, sino una metáfora de la posición del cinevidente en la obscura habitación. El personaje de Stewart es ya un tarado paranoico que niega una realidad para situar una fantasía ideológica en su lugar: la ventana o pantalla o espejo (disyunciones no excluyentes) sobre la que su imaginario se desboca. Dibuja así el esquema de la formación del sujeto en Lacan: un tipo que necesita absurdamente a un Gran Otro (papá, trabajo, amor cortés…), un Orden Simbólico. Y éste es el del adulterio y el crimen como forma de lo social. El falocratismo misógino del que Sir Alfred es un adalid y del que sus filmes hacen espectáculo y, a veces, dinero.
“Vértigo”, que lleva el subtítulo “de entre los muertos” (y que sólo cubrió los gastos siendo por ello un fracaso), va más allá de la semiótica de la mirada perversa para introducirse en el análisis del amor en el $. Es un terreno fecundo en el que germinan, de forma inconsciente, las ideas de Hitchcock, ese terror de las rubias, sobre el amor entre un hombre y una mujer. Es sabido que esta era una historia escrita muy especialmente para Sir Alfred por los autores Boileau y Narcejac, y que la Paramount la compró en seguida para ese fin. Y que, exceptuando algún problema de verosimilitud, algo que normalmente no quitaba el sueño a Hitchcock, es una de sus películas favoritas.
$tewart, que con Capra dibujaba al americano medio y con Mann al hombre-hecho-a-sí-mismo, representa con Hitchcock al polimorfo perverso. En “Vértigo”, es un hombre que primeramente ha perdido toda ligazón con su realidad al perder el trabajo por causa de una incipiente acrofobia. Deslizado en la inopia, se le ordenará un trabajo subrepticio: perseguir a la mujer de otro hombre. Repitiendo casi idéntica posición a “La ventana indiscreta”, $tewart 1 (John / Johnnie) seguirá a la mujer desde el coche y desde lejos (en una premonición de lo que es un no-lugar pos-moderno (¡en 1958!)). En toda la primera parte, la persecución permite a $tewart 1 perfilar una imagen especular de la mujer a la que sigue (en planos distantes y auráticos donde el rostro parece acuñado en una moneda, falsa-indistinguible: objeto a que dipara el goce,como un McGuffin): Madeleine (Kim Novak), que es una persona sin identidad, enlazada con el personaje de un cuadro con el que se identifica fantasmáticamente. $tewart 1 salvará a Madeleine/Carlota y pasará a ser $tewart 2 ($cottie), e intentará hacer las veces de analista, hasta prometerle “que hay respuestas para todo”. Enamorado de una no-persona sobre la que ha volcado todo su deseo ciego, $cottie es el común de los hombres: le vuelve loco el cuerpo de la mujer de otro. Con la muerte de Madeleine/Carlota, y vuelto a perder el Orden Simbólico que lo sustentaba, $tewart (Johnnie/Scottie) entra en el estado psicoanalítico que debía sentir Hitchcock cuando observaba a sus compis de cole o cuando su padre hizo que lo encerraran cinco minutitos en una celda: melancolía aguda y complejo de culpa. “Es lo que les pasa a los niños malos.”
La segunda parte del film es la reconstrucción de la mujer imposible. Si la primera Madeleine no existía por méritos propios y porque $tewart 1 se la había imaginado, la segunda no existe porque $tewart 2 no puede verla: en un proceso obsesivo-compulso y necrofílico, transforma a Madeleine 2 (Judy) en Madeleine 1, disfrazándola de tal forma que los cuerpos, las imágenes, sean analógicas. Monstruosidad del Amor: “¡Sí que sabe lo que quiere!”, le dice la dependienta a un $tewart que se relame, viendo cómo los vestidos hacen a la mujer que desea.
Pues, “Vértigo” no es sino una explicación del amor masculino, pero de cierto amor: de aquel que busca “mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en prostitutas en el dormitorio”. Así, se puede seguir el circuito del deseo masculino como un goce que da Forma, como un Significante Amo. Es por eso, en este sentido, que la mujer no existe. Es sólo una fantasía del deseo masculino. El goce, en sí una inmensa nada que fluye libre, cumple aquí el papel que en las demás películas cumple el McGuffin, un objeto intercambiable que hace que circule el deseo de los personajes y así avance la trama. Por ello, “Vértigo” es una película más depurada, en la que la Forma tan querida por Hitchcock llega casi a los niveles del pensamiento: “una forma que piensa”, dice Godard.
$tewart sacrifica todo a su propio deseo, así la realidad así sendas Madeleines. De tal forma, ni Johnnie ni $cottie ven nunca a mujer ninguna: lo Real (la mujer que en verdad no merece ese nombre sino cualquier otro a poder ser de su propia invención), es lo que $tewart o Johnie o $cottie se escamotea, implantando una fantasía, una imagen, una mentira: la mujer que el quiere cuidar y proteger, que no existe. Muertas ellas, se resuelve el hechizo, y desaparece el vértigo.
Finalmente, se diría, el verdadero McGuffin, no un objeto/fetiche, es el cuerpo de Kim Novak (¡lo Real!: no Madeleine o Judy). Cuerpo no de mujer sino de persona. Cuerpo que la mirada del hombre trocea con su deseo. Una cabeza, una mano, un trasero, una guedeja rubia. El ideal de la puta de Hitchcock repetido en cada uno de sus filmes. Es sabido que aquí quería a Vera Miles, pero esta se transformó en madre y entonces Sir Alfred “perdió el interés”. Es sabido que Kim Novak no llevaba sujetador, que en la primera escena $tewart, en la tienda de su amiga/madre, cuyo deseo o feminidad no existe, ve uno rosa y se espanta. Lo Real del cuerpo de la mujer aparece en un objeto repugnante. Lo Real de Kim Novak es Kim Novak: la que Hitchcock rechazaba, pero el bueno de Andrés Cacicedo (poeta de Cali que decía que vivir más de 25 años era una vergüenza, y cumplió…) convirtió en su Mujer Ideal, pegada en la pared, “pasional y salvaje”, que diría Truffaut. Porque la mujer no existe, ni la de Hitchcock ni la de Cacicedo, lo que existe es Kim Novak, o mejor, sus tetas sin sostén (objeto a): lo Real Imposible, sin el sujetador del Gobierno Invisible.
Pd. Un apunte sobre el falocratismo cinematográfico. La mujer no existe, es un síntoma del hombre, puede repetirse como: la historia del cine no existe… Habría que preguntarse por qué, si no, hasta Agnes Vardá o Chantal Ackerman, la única mujer cineasta es Leni Riefenhstal.
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